El verdugo de las luciérnagas


El reloj marcaba las 6.30 de la tarde.


La noche estaba cubriendo el día y una tenue neblina bajaba por encima de las casas, para señalar que el invierno estaba allí indolente, castigador.


Jacinto esperaba, apostado en una esquina; la de siempre, la del mes pasado. Corría los ojos de un lado a otro y su mirada discurría por la avenida y se introducía por las callejuelas para encontrar lo que estaba buscando, ya por más de una hora.
Metió la mano a su bolsillo para buscar un nuevo cigarrillo que le sirviera de consuelo durante la espera. Su mano izquierda se fue en búsqueda del encendedor dorado que le había dejado su padre, hacía años atrás, antes de morir, para él.
Sus ojos no se despejaban de cierta callecita y controlaba el tiempo que cada persona demoraba en transitarla.


El reloj marcaba las 7.30 de la noche.


Una hora era más que suficiente para consumir la cajetilla de cigarrillos y empezar a decidir a quien escogería.
Atravesó la avenida y se dirigió a la tienda de la otra esquina para comprar una nueva cajetilla de cigarros, que esta vez fuese el empuje para actuar como lo necesitaba.
Volvió al mismo lugar... Habían empezado a aparecer las prostitutas o "luciérnagas" como él las solía llamar. Eran las mismas de siempre, las solicitadas o simplemente las únicas que se atrevían a posesionarse de aquella callejuela oscura y maloliente del centro de la ciudad.
Encendió un cigarrillo y empezó a contar. Uno, dos, tres... nueve. Las mismas de todos los días, aparecían completas en menos de diez minutos. El tiempo era importante en el oficio del sexo.


Un vendedor de emoliente llegaba con un triciclo, como cada noche del lunes para buscar a la que, al parecer se atrevía a acostarse con él. Su nombre era "Sharon" (nombre de batalla); pero el sujeto prefería decirle "charon", quizá por ignorancia o flojera en articular la lengua.
Era puntual, siempre a las 8 de la noche. Ella, una mujer de aproximadamente 30 años, se acercaba apenas lo veía doblar la esquina; y le regalaba un besito en la mejilla mientras su mano en la carreta jugueteaba con los utensilios, al realizar la transacción semanal.
No demoraban ni cinco minutos; tan sólo hacia falta el protocolo, el besito, la pregunta conveniente y el recado final: espérame, sígueme o sencillamente el silencio bastaría. Guardó la carreta en un garaje, muy cerca del lugar y se apostó en la puerta del hotel. Eusebio, como se llamaba el emolientero; pero que por cariño le decían "chacho", subió detrás de Sharon.
Entrarían al cuarto de siempre, al de su "proveedora sexual". Era ya conocido, un cliente habitual y a "charon" le salvaba la noche del lunes, por lo menos para el té y los panes del desayuno del martes.


Un cigarrillo más era fumado con lentitud para controlar los 10 minutos que demoraba el "cholo" para desfogar sus angustias emolienteras.
La meretriz sale, como si nada hubiera sucedido. Otorga el beso reglamentario y "el regresa pronto" para chacho, que con rostro satisfecho se dirige a recoger su carreta con los jarabes y yerbas levantamuertos.
Quizá por ser lunes, y estar visitado el día por la neblina inoportuna, transitaba poca gente por la callejuela.
Ericka, Sharon, "Meli", "la charapa", "la cajamarquina", Doris, "ruc" (por apocopar ruca) y dos noveles aprendices, hacían suya la avenida y se internaban en la callecita aquella, sólo para irse con el cliente al hotel que quedaba a media cuadra.
A medio terminar un cigarrillo, lo arrojó al suelo y lo pisoteó, mientras su reloj marcaba ya las 11.30 de la noche. Se fue.


Ya en casa, tirado sobre su cama, intentaba perderse en el sueño como producto de sus recuerdos y pensamientos.
Hace un mes atrás, quizá algo menos. No importaba el día, ni mucho menos la hora; pero los periódicos sensacionalistas habían puesto en la mente de los lectores un 12 de junio, a las 12 de la noche. No era la fecha, ni mucho menos la hora; sino el acontecimiento lo que había estremecido a la quieta ciudad, que no hacía mucho, había olvidado los muchos asesinos en serie y psicópatas que mantenían a la ciudad en vilo.
Una prostituta había sido asesinada. Una meretriz había pagado con su vida no se sabe qué. Todo el mundo conjeturó, todos ofrecían hipótesis y nadie tuvo impedimentos para expresar indignación, asco, repudio y seudoaprobación al respecto.


Uno de los periódicos que circulaba en la ciudad, apuntó esta truculenta hipótesis, así como una breve narración de lo ocurrido, para descifrar el morbo y la crueldad de un psicópata.
"Como en las películas de terror más espeluznantes que hayamos visto, discurre por nuestra ciudad un cruel asesino que ha quitado la tranquilidad a nuestra gente y se ha ensañado con un mujer que quizá, su único pecado fue practicar el oficio más antiguo del mundo.
Una mujer de 38 años de edad, tuvo una trágica muerte, luego que terminara su "faena" en el centro de la ciudad. Identificada como Rosa María Pérez Flores, trabajaba desde 10 años en el oficio de la prostitución. Aquel día, al bordear la media noche, Rosa se dirigía a su casa en compañía de dos compañeras de "trabajo". Muy cerca de su domicilio, se despidió de sus amigas para aparecer al siguiente día, totalmente desnuda, amordazada, atada de pies y manos y con un corte profundo en el vientre en forma de cruz; sin señales de haber sido golpeada o ultrajada. La mujer había muerto desangrada, con las vísceras expuestas y previamente adormecida con algún anestésico.
La policía investiga lo ocurrido, ya que como ellos mismos aseveran: "Estamos frente a un asesino profesional que sabe muy bien lo que hace..."


Un ligero dolor en el cuello, avisado por una cruel pesadilla (la misma de siempre) interrumpió su sueño.
Se quitó la ropa, se puso la pijama a cuadros; se volvió a dormir.


Un día más. Diferente al anterior y con mucha más decisión serviría esta vez para lograr su cometido. Otro, el segundo, quizá el último.
Parado frente a la callejuela, observó sólo la presencia de tres meretrices, al bordear las 8 de la noche. Solían reunirse en breve tiempo, pues, lo ocurrido de su ex compañera, podía volver a repetirse; aunque su presencia en la avenida, daba por sentado su preocupación y ponía en evidencia su desafío al peligro, o derrepente, la primacía de sus necesidades por sobrevivir.
No llegaron más. Eran tres. Fumaban para aliviar el frío invernal que les producía las diminutas prendas que llevaban encima.
Jacinto, con una gorra en la cabeza, se acercó a una de ellas y le inquirió por el costo de sus servicios. Ella, le informó del precio y bondades, el agregado del hotel y las "poses" que incluía su ofrecimiento. Le preguntó por su nombre y si tenía algún teléfono para llamarla, por si le apetecía estar con ella en otro lugar, a lo que ella adujo que sólo trabajaba cerca de sus colegas y en aquel lugar, por protección de su vida.
Calculó el tiempo, algo más alejado de las meretrices, por tratar de observar con más atención. Encendió un cigarrillo y esperó.


El reloj marcaba las 12.30 de la noche.


Las prostitutas se habían aburrido. No hubo muchos clientes esa noche, por no decir ninguno.
Había estado observando desde algunos días a la "charapa". Mujer de aproximadamente 40 años de edad y ya conocía el lugar por donde solía caminar para dirigirse a su casa, muy cerca al centro de la ciudad.
Cruzó a la acera del frente, para sacar de un garaje cercano, su escarabajo rojo que le dejara su padre, y fue al alcance de la "charapa".
Se estacionó y esperó. Apagó las luces y aguardó. Encendió un cigarrillo.
No sabía mucho de aquella mujer, mas que su edad (aproximadamente) y que tenía un hijo al que su padre le había arrebatado, después que se supiera a qué se dedicaba. Se conocía, entre las colegas, que era mujer dada a los vicios, con tendencia al alcoholismo y que el poco dinero que ganaba como puta se lo gastaba en lugares de juego y cantinas. Vivía con una tía, ya casi anciana, que había llegado de la selva hacía años; por eso lo de charapa, porque ella resultaba ser más costeña que el pollo a la brasa.
Bajó del auto, hizo el simulo que arreglaba algo y le pasó la voz a la meretriz, mientras le pedía que sujetara el capot para supuestamente encenderlo. Con una linterna en mano, de baja potencia, iluminaba el auto para pasar desapercibido. De pronto, la sujetó contra sí y le puso un pañuelo en la nariz y boca para adormecerla. La mujer luchó, quiso gritar y no pudo hacer nada... Jacinto encendió un cigarrillo y condujo con rumbo desconocido. Estaba tranquilo, con cierta satisfacción por haber logrado todo como lo planeó.


Esta vez escogió un lugar distinto al anterior. Se alejó de la playa, para irse esta vez hasta una chacra que según sabía, siempre estaba desolada. Bajó del auto a la meretriz, la amordazó con un pedazo de tela blanco, igual al que usó antes; la desnudó, le lió las manos y pies para colocarla boca a tierra. La miró, con la linterna en mano y la volteó. La observó con detenimiento por unos minutos y después le asestó dos cortes en el vientre, tal como a la anterior. La volteó nuevamente y se marchó.
No le dijo nada, no la golpeó, sólo sus ojos y pensamientos, en la oscuridad de su interior, podrían gritar lo que tenía guardado.


El reloj marcaba las 2 y 30 de la mañana.


No quiso recordar, ni pensar, ni mucho menos sentir remordimientos; sólo deseaba dormir.
La pesadilla de siempre volvió a interrumpirle la tranquilidad al dormir. No pudo despertar.
(Caminaba descalzo, con ropa de indigente en un lugar desolado.
Había vientos fuertes que levantaban el polvo del suelo para llevarlo hasta sus ojos y cegarlo mientras se dirigía al mismo lugar: aquel callejón en medio de la nada, oscuro y sombrío, con basura por doquier y repleto de miserias como una cloaca.
Sentía dolor en los pies. Había que tener cuidado de no pisar los restos y desechos de vidrios, tablas, cartones; caminar entre alimañas y roedores despreciables.
De pronto la mujer, la misma de siempre; con rostro oculto, pero con apariencia clara de prostituta; con un niño, un bebé en brazos, ahogándose de tanto llorar y clamando por auxilio. Es arrojado sin compasión en medio de la inmundicia. De pronto un camión... deposita mucha más basura sobre él. El niño es sepultado. Se apaga el llanto.)
Jacinto despierta sobresaltado, sudando frío como siempre, y los ojos húmedos por las lágrimas de impotencia y enfado. Ya no podía haber sueño. No había culpa alguna; sólo la ira reemplazaba la sensación de la consciencia maltratada y herida, por los recuerdos e imaginaciones de la niñez que pudo no haber tenido.


El reloj marcaba las 8 de la mañana.


Encendió la radio para ahogar los pensamientos en la música de moda. No podía evitar dejar de pensar en "sus padres", que se hallaban lejos de él, y que, por decisión propia y en búsqueda de respuestas a ciertas interrogantes, tuvo que alejarse de su lado.
La música no sirvió, ni siquiera percibía el alto volumen de las canciones... Su memoria traía al presente aquella mañana, de aquel día cuando producto de una casualidad, tuvo que enterarse de la cruel verdad, para él, que sería el inicio de su muerte como ser humano.


(El reloj marcaba las 8 y 27 de noche.


Jacinto volvía de la universidad, tenía que llegar temprano, pues cumplía 20 años y sabía que sus “viejos” algo le tenían preparado. Les gustaba sorprenderlo cada año. Aunque, esta vez, él se proponía hacerlo y decidió entrar sigilosamente por la puerta de la cocina para jugarles una broma.
Sin que se dieran cuenta, los padres de Jacinto -Gustavo y Sonia-, discutían sobre si era el tiempo de decirle la verdad o no. Sonia aducía que no, mientras Gustavo le recordaba que la supuesta madre había anunciado por la televisión, el deseo de hallar a su hijo.
Jacinto apareció frente a ellos, exigiendo saber "la verdad" que le tenían oculta. Ambos padres se miraron, mientras Sonia puso sus manos en el rostro, al no poder contener el llanto. Gustavo no pudo ocultar más los hechos. Lo invitó a sentarse y le contó la historia de su nacimiento, mientras Sonia no dejaba de llorar.)


Se vistió y salió en su auto al mismo lugar sonde había dejado a la prostituta muerta, horas atrás. Un sentimiento morboso lo conducía hasta el recuerdo más fresco, con la finalidad de convencerse a sí mismo que no hacía nada malo, que si bien era un asesino; pero hacía un favor al eliminar a mujeres que no valían nada.
Muy cerca al lugar, se detuvo debido al cerco policial que indicaba utilizar sólo un carril de la carretera. Había un centenar de curiosos que hasta habían estacionado sus autos, tan sólo para observar lo que estaba sucediendo.
Un gran despliegue de policías, periodistas, médicos y chismosos, hacía de lo ocurrido un acontecimiento (y no era para menos).
Jacinto bajó del auto, retando su suerte, obedeciendo su instinto para curiosear lo que él mismo había causado.
Un semicírculo de mirones, ahuyentados por los policías, comentaba lo que pudieron haberle hecho a la víctima: "Pobre mujer, cómo como ha venido a morir", "Yo la conocía, era la charapa; la puta que vino de la Selva", "Que feo morir así"... Se decía de todo.
La meretriz había muerto desangrada; con las vísceras vaciadas, atadas de pies y manos, amordazada, desnuda; con la misma marca que la anterior. Era la segunda víctima de quien llamaban "el mataputas".
Poco a poco llegaba más gente, pues lo sucedido concitaba una atención desmedida; y llevaba a seudoperiodistas armar sus programas periodísticos "in situ" y permitir que la población tejiera todo tipo de conjeturas.
Todo se volvió un circo: "Que estuvo bien", "Se lo merecía", "Era mala mujer, una borracha”... expresiones que aunque no le importaban a Jacinto, lo mareaban.


El reloj marcaba las 12 del mediodía.


Sólo uno de los tantos comentarios, le trastornaron el cerebro: "Pobre niño, se quedó huérfano". Comentario que lo llevo de vuelta a aquel día cuando cumplió 20 años.


(Durante 20 años, Jacinto desconoció que los padres que tenía, no eran sus verdaderos padres y que, no sólo era eso, sino le habían ocultado la forma de cómo llegó a ellos.
El muchacho conminó a sus padres que le dijeran la verdad.
Gustavo se levantó del sillón para coger por los hombros a su esposa, quien sollozaba… y habló.
- Hay una mujer que apareció cuando tenías 10 años; quiso chantajearnos e intentó sacarnos dinero con el único fin de guardar silencio sobre algo que ella sabía.
- ¿Qué era lo que sabía?
- Algo sobre tu nacimiento. Tu madre y yo no somos tus verdaderos padres - Sonia lloraba profundamente -, y aquella mujer quiso utilizar esa información para sacarnos dinero; pero me encargué de grabar esa charla después para advertirle, en cambio, que podría denunciarla por extorsión y meterla en la cárcel.
- No entiendo, cómo pudieron ocultarme por tanto tiempo, algo tan importante… Me siento feliz de tener padres como ustedes; pero creo tener derecho a saber la verdad sobre mí y mi vida, ¿no lo creen?
- Tienes razón – balbuceó Sonia -. Te lo ocultamos por temor a que quisieras saber más. Eso podría causarte daño mayor.
- ¿A qué te refieres?, ¿quiénes son mis padres?, ¿los verdaderos?...
- Eso es lo más desagradable hijo – profirió Sonia -, no queremos que sufras por saber toda la verdad.
- Es mejor que lo sepas – interrumpió Gustavo – sentándose frente a él. Nunca nos importó eso, y espero que a ti tampoco.
- Por favor, díganme todo – suplicó el muchacho.
- No conocemos a tus verdaderos padres - empezó Gustavo - . Cuando eras apenas un bebé, una mujer llamada María, que sabía que no podíamos tener hijos propios, se contactó con nosotros para ofrecernos a un niño. Nosotros aceptamos, pues ella aseveró que lo habían dejado en su puerta, y que se vio obligada a tomar tal decisión, debido a que no contaba con medios para ver por ti, pues para entonces estabas muy enfermo. Cuando Sonia te vio, se enterneció y te acogió inmediatamente con mucho cariño y decidimos quedarnos contigo. Jamás preguntamos más y tampoco dimos dinero por tenerte; sino hasta que cumpliste 5 años y la mujer volvió a buscarnos.
- ¿Qué quería entonces? – interrumpió Jacinto.
- Nos pidió dinero – intervino Sonia –. Nos dijo que tu verdadera madre la había buscado y que quería tenerte de vuelta, pues pretendía sacarle dinero a tu padre, el biológico.
- Nosotros ya te amábamos y no podíamos permitir que te usaran, que estuvieras con una mujerzuela, sólo para conseguir dinero.
- ¡No hables así! - respondió ofuscado por los términos en contra de su madre biológica -, no puedes juzgar a alguien que no conoces.
- Es la verdad – dijo Gustavo -. Tu verdadera madre es una meretriz.
- No sólo eso, sino que la verdad de todo es que jamás te entregó en la puerta de nadie; sino que te abandonó en un callejón oscuro que servía de basurero, a los pocos días de haber nacido. - Jacinto estaba atónito ante la confesión - María, la mujer que te recogió, la que te rescató de aquel lugar, nos buscó y decidió entregarte. No te queríamos decir las cosas como fueron, con la única intención de evitarte sufrimiento mayor hijo.
- ¿Qué pasó con la tal María?, ¿ella conoció o conoce a la que es mi madre? – interrogó mientras caminaba por la sala totalmente desconcertado.
- Sí – aseveró Sonia – la conocía o la conoce; pero... accedimos a darle dinero para que viajara al interior del país. Fue ella la que sugirió alejarse, ya que consideró necesario dejarte con nosotros y no con esa mujer que sólo quería tenerte por interés.
- Esa es la verdad hijo. No pretendemos pedirte nada, mas que entiendas que hicimos todo por ti, por protegerte y evitar que te hicieran daño. Sentimos haber dicho las cosas después de tanto tiempo, pero ya no podía ocultarse más tiempo – acotó Gustavo.)


Después de mucho tiempo, se resistía a entender la verdadera actitud de sus padres y criticaba y juzgaba mentalmente la supuesta muestra de amor al ocultarle una verdad que debía saber.
Por otro lado, sentía odio hacia su madre, hacia esa mujerzuela que el término mujer le quedaba sobrado y más aún, el ser llamada madre.


(La policía se hallaba más que desconcertada. No podía entender cómo podía haber tanta osadía de un homicida para cometer un crimen. Los medios de comunicación masiva se ocupaban con demasía del asunto.
Había más que coincidencias y esta vez, las meretrices, evitaban salir a "trabajar", debido al ambiente de temor e incertidumbre que se cernía sobre la ciudad. No había lugar donde no se comentara lo acontecido y de algo debía estar seguro; el asesino prefería prostitutas, aunque no se sabía porqué. De eso ya había más de una prueba y hasta un par de canales de televisión, tejían programas de todo tipo para hallar el móvil que conducía a aquel psicópata asesinar meretrices.
Así informaba de lo ocurrido un periodista capitalino:
"Como en las grandes ciudades del mundo, una apacible ciudad ha sido escenario de un espeluznante asesino que ha empezado a sembrar el pánico y temor entre los habitantes.
En el lapso de 2 meses, han asesinado a dos mujeres de características similares; el común denominador: ser prostitutas.
Los especialistas tratan de explicar la mentalidad que conduce a este sujeto a quitarles la vida a mujeres que, si bien es cierto, no llevan una vida aceptable por la sociedad, tampoco es razón para ser asesinadas.
La noche del 12 de junio, una meretriz llamada Rosa María Pérez Flores, encontró una trágica muerte en manos de un despiadado asesino que después de anestesiarla, la despojó por completo de sus prendas, la amarró y amordazó para después asestarle un profundo corte en el vientre; lo que produjo la muerte de la mujer por desangrado en poco tiempo...
Exactamente al mes, otra meretriz apodada "la charapa", cuyo nombre es Liliana González Porras, dejó de existir de la misma forma, exactamente igual a la primera, sin signos de haber sido golpeadas o ultrajadas; con el mismo corte en forma de cruz o aspa; aunque fueron asesinadas, al parecer, en distintos lugares; la primera en la playa, la segunda en la chacra, a las afueras de la ciudad.
¿Asesino en serie?... Ambas mujeres tuvieron el mismo final. Las dos eran prostitutas, de edades que oscilaban entre los 35 y 40 años; sin familia aparente o constituida, y sobre todo, con la misma marca: una señal en forma de cruz en el vientre...
La policía ha empezado una exhaustiva investigación y está detrás de las pistas del asesino.
Hay sospechosos de todo tipo: parejas, proxenetas, clientes frustrados o enamorados, mujeres celosas, gente con fobia hacia las prostitutas... Las mismas meretrices daban diversas opiniones de los posibles homicidas y los que podían ser los sospechosos, sólo para confundir a las autoridades...
Se seguirá investigando sobre el particular para determinar quién está cometiendo tales crímenes y evitar que suceda un tercero...")


Enterarse de las cosas después de muchos años, lo llevaron a desquiciarse de alguna manera. Sumado a eso, el hecho de saberse abandonado y darse cuenta del desamor de su madre biológica, lo que había llevado casi al borde del desequilibrio emocional.
Ahora en su mente se hallaba la sola idea de vengarse, obviamente usando gente equivocada y sin culpa alguna; pero sólo haciendo lo que hacía se sentía que estaba haciendo cumpliendo con hacer pagar a esa mujerzuela por lo que había hecho.
El reloj marcaba las 10 de la noche.
Era domingo y había pensado que volver a matar una prostituta callejera ya no funcionaría, pues, eran muy pocas las que salían a trabajar, a pesar de que habían transcurrido un par de meses.
Cogió el periódico dominical para completar su lectura, ante la pésima programación de la televisión local. Se le ocurrió una idea más interesante.
La prostitución no sólo se presenta en la calle, sino en distintos lugares. No sólo se encuentran las putas en las calles, sino que otras, más sofisticadas prefieren unirse para operar a "delivery". Con tan sólo llamar por teléfono puedes tener a un meretriz en tu casa, su casa o cualquier huarique que se preste para la transacción sexual; aunque, en la ciudad no podía hallarse periódicos o anuncios a todo color que faciliten tal información.
Las "damas de compañía" o "kinesiólogas" como se hacen llamar para atrapar a los incautos ávidos de placeres distintos, eran más complicadas de hallar en una ciudad como aquélla, donde ese tipo de servicios era restringido a cierto público capaz de poder solventar sus placeres.
Hizo algunas averiguaciones y consiguió el nombre de dos mujeres, cuarentonas, que se habían retirado del negocio y que con la experiencia adquirida, podían darse el lujo de reclutar chicas jóvenes para reunirlas en "agencias de anfitrionas", que ofrecían a sus clientes algo más que sonrisas.
Una de ellas se hacía llamar Zoila Ramos, pero la conocían como "la mami". La otra, Inés Cárdenas; que usando su nombre era conocida como la "tía Inés", ésta más vieja que la otra.
Ambas se disputaban el mercado masculino y habían habilitado lugares aparentes para disfrazar las jugosas entradas de dinero que conseguían a costa de incautas y necesitadas jóvenes, que por pagar los estudios, mantener la familia o darse un estilo de vida más cómodo, accedían a "trabajar" de esa manera.
No era lo que buscaba. La mayoría de mujeres que trabajaban con ambas proxenetas, no superaban los 30 años; y él intentaba hallar a aquélla que se deshizo de él cuando era sólo un bebé.
Era una empresa más que difícil, pues no se hallaba investigando, no estaba preguntando, ni siquiera buscaba; sólo elegía, al azar, según creyera sería su próxima víctima.
Qué más daba, joven o no, era una prostituta, podía ser hoy o mañana; pero en cualquier momento se podría repetir la historia que ahora vivía él.
Escogió un número de los tres que tenía y conversó con una mujer, se notaba pasaba los 40 años y concertó una cita.
Del otro lado, la proxeneta preguntaba sobre los gustos y preferencias del joven para enviarle a la persona indicada. Jacinto respondió de forma imprecisa, y acordó con la mujer en llegar a un hotel de las afueras de la ciudad. Tendría que llegar él primero y una vez instalado, dando su identificación, la muchacha llegaría.
Todo ese trámite era con la finalidad de no hacer llegar a la "dama de compañía" en vano o evitar las bromas de mal gusto y la pérdida de tiempo.
Esos datos eran suficientes para él, pues, ahora le tocaba invertir las cosas, para no despertar sospechas por si se animaba en ajusticiar a una prostituta por "delivery".
Transcurrieron algunos días y él, decidió alojarse en el hotel, como recién llegado de algún lugar distinto. Era un huésped más, cualquiera. Se registró con un nombre falso y bastó un chullo y una ropa medio extravagante para desvirtuar su identidad. Se dejó crecer la barba y bigotes para que no lo reconocieran después. Pidió en la recepción un taxi para que lo llevara al centro de la ciudad y se sentó al lado del chofer para preguntarle si conocía algún lugar donde divertirse. El taxista le dio un número de teléfono y le recomendó una discoteca que no pasaba de ser un "night club".


El reloj marcaba las 11.30 de la noche.


Era sábado y ya habían transcurrido setenta y cinco días desde el asesinato de "la charapa".
Jacinto permanecía sólo esa noche, pues, era el día indicado para su tercer paso.
Llamó al número que le habían proporcionado el taxista y una voz joven le contestó.
- ¡Hola! – dijo el muchacho –, me dieron este número para solicitar una chica que pudiera acompañarme hoy.
- Bueno, aquí hay sólo una persona que puede atenderte y esa soy yo, Carolina – contestó del otro lado una voz joven, tanto como sensual e insinuante -. Si deseas voy donde te encuentras y el costo de mi servicio es de 120 nuevos soles, por una hora.
- ¿Qué incluye esos 120 soles?
- Una hora de sexo: sexo oral, algunas poses; pero nada de sexo anal ni accesorios.
- ¿No puede ser menos?, ¿digamos 100 soles o menos?
- Depende del tiempo. Puedo cobrarte 80 soles por media hora, si deseas. ¡Ah!, tú pagas el taxi, ok.
Jacinto aceptó, pero había una diferencia con los otros incidentes. Esta meretriz era más joven, de sólo 21 años y una curiosidad por la mujer tras la voz, lo había llevado a cambiar sus planes.
La chica llegó hasta el hotel donde se hallaba y entró a la habitación.


El reloj marcaba las 12 y 45 de la noche.


La presencia de la mujer había perturbado a Jacinto. Decidió pagarle sólo por 30 minutos. La joven meretriz miró su reloj. Dejó su cartera al lado y se sentó en la orilla de la cama, al lado de él. Jacinto estaba nervioso, no sabía ni entendía porqué la cercanía de la joven le causaba tal sensación. Ella lo notó y le pidió que se relajara, que ella haría lo necesario para que se sintiera mejor.
Él no entendió lo que le sucedía. Le entregó el dinero y le pidió que se fuera. La muchacha, desconcertada replicó el porqué no quería hacer uso del servicio.
Jacinto le preguntó porqué se prostituía. La joven contestó que lo hacia por su hijo; su padre las había abandonado y ambos solos, en una ciudad que no era suya, se le hizo difícil conseguir en empleo digno; razón por la que tuvo que dedicarse al meretricio, pero sólo así, ya que no le gustaría que los demás se enteraran de lo que hacía y no ser la vergüenza de su hijo cuando creciera.
Jacinto desconcertado no sabía qué hacer. Se hallaba totalmente confundido.
- Considera lo de hoy un favor del cielo. Quería hacer mi buena acción del día y el taxista me dio tu número telefónico – comentó Jacinto – y te tocó.
- No seas gracioso. No es normal esto, acá hay algo raro – interrumpió la joven - ¿porqué esto?
- La verdad soy homosexual y quería probarme que podía estar con una mujer, pero, veo que no. Discúlpame, es mejor que te vayas.
- Bueno, el tiempo ya se terminó. Cuando quieras volverte un machote, pásame la voz y te ayudo – la joven guiñó el ojo y se retiró.
- Hazme un gran favor – solicitó Jacinto.
- Si puedo.
- Usa el dinero para tu hijo y piensa que no toda la vida continuarás en esto. Hay muchas maneras mucho más honestas de ganarse la vida, que te pueden hacer sentir mejor.
- Gracias. Lo recordaré. Bye.


Jacinto entró en una confusión más grande de la que pensaba. Por un lado, una mujer, una prostituta que había abandonado a su hijo a poco tiempo de nacer, que luego intenta recuperarlo sólo con el fin de obtener dinero para sí misma; y por otro, una joven, quizá inmadura por la edad, prostituyéndose pero para sacar adelante a su pequeño hijo y ella misma. Una mala y otra, aparentemente buena madre.
No sabía qué pensar, ni mucho menos qué hacer.


El reloj marcaba las 2 de la mañana.


Salió del hotel y halló al mismo taxista que había regresado después de llevar a Carolina.
- Llévame a ese lugar que me recomendaste, quiero emborracharme y olvidarme de todo lo raro que hay en mi cabeza.
No quedaba muy lejos del hotel. No demoraron en llegar.
En la fachada había un aviso semiluminoso que decía “Venus”; un nombre muy sugerente para ser una discoteca.
El taxista se ofreció a acompañarlo, ya que imaginaba que el muchacho era turista y deseaba presentarlo con la dueña del local.
Ya dentro, Rómulo (el taxista) llamó a Doris para presentarle al muchacho.
- Gracias por todo, pero sólo quiero ver y tomar algo; no se moleste - replicó Jacinto.
- Bueno, si así lo prefieres no hay problema; yo sólo quería ser buen anfitrión.
Antes de irse el taxista habló al oído a un mujer, de aproximadamente 40 años y le señaló al joven que ya había ubicado en la barra y pedido una cerveza.
Rómulo se despidió.


El reloj marcaba las 2 y 45 de la mañana.


¿Qué había sucedido?... Jacinto meditaba en los acontecimientos del día. Todo se había presentado para entender que aquél no era el indicado y la aparición de aquella muchacha había ayudado a entender su accionar.
Ni siquiera llevaba consigo el “bisturí” que utilizaba para "operar" a sus víctimas. Había pagado por hacer nada y encima, el sentimiento de culpa lo había embargado.
Encendió un cigarrillo y bebía un trago de cerveza. Giró para ver el espectáculo y prefirió sentarse más cerca de una tarima donde unas bailarinas se contorneaban, en bailes sensuales y eróticos.
Bebía uno y otro vaso con cerveza, cerca de una hora.
Ya aparentemente ebrio, quiso retirarse, pero una mujer de buena apariencia y con 40 años encima se sentó a su lado para preguntarle qué le había parecido el show. Él, totalmente desinhibido, por efecto del alcohol, le respondió que había estado muy bueno y que se volvería un cliente habitual de la "discoteca".


(Doris, una mujer ranqueada en el negocio del sexo, había sido prostituta por más de 20 años. De origen provinciano, llegó muy joven a la costa con sus padres y por problemas con ellos, decidió independizarse, teniendo que sortear mil peripecias para sobrevivir, hasta que conoció a una señora que le ofreció su apoyo y finalmente la introdujo en el sórdido mundo de la prostitución.
Al principio todo "le iba bien", pues esta mujer le ofrecía todas las facilidades para que ejerciera el meretricio con un aparente estatus, que le impedía caer en la calle o deteriorar su imagen, al exponerse como muchas, que por unos cuantos soles se exponen a todo tipo de peligro.
Después, al darse cuenta que era explotada por la proxeneta, se alió con unas amigas y se agruparon para ofrecer un servicio, para ellas más seguro y que les rindiera más ganancia económica. Así, empezaron a trabajar en un local, que al principio tenía la fachada de bar y al interior ofrecían sus caricias y pasión, a los clientes que, llevados por el alcohol, buscaban una mujer para satisfacer sus apetitos sexuales.
Con el tiempo, Doris consiguió suficiente dinero para comprar un local, que después se convirtió en el night club, que ahora administraba.
Había dedicado la mitad de su vida al oficio y contaba con la experiencia necesaria para abandonar "el trabajo" y supervisar a otras, que como ella, antaño tuvo que valerse de eso para obtener lo que tenía.)


Invitó a la meretriz a sentarse a su lado, haciéndole compañía.
Doris accedió, pues el joven le parecía atractivo y como antes, el taxista Rómulo se lo había encargado, se propuso hacerlo sentir bien, al menos ese día.
Jacinto solicitó una jarra de cerveza más y se la bebió con Doris.
Mientras bebían y conversaban, le comentaba el incidente acaecido con la joven meretriz y lo mucho que le había dado a pensar, de cómo una mujer hace cosas indebidas y sin desearlas, por atender a otros que lo necesitan.


El reloj marcaba las 4 de la mañana.


Las jarras de cerveza iban y venían, y la borrachera no evitó su aparición. Para Doris, quizá los comentarios y palabras del muchacho hicieron que en poco tiempo sintiera los efectos del alcohol.
- Vámonos a mi habitación – dijo la mujer.
- Yo no tengo dinero para pagar tus servicios – replicó Jacinto.
- No te preocupes, la casa invita – y lo tomó de la mano para llevarlo hasta el segundo piso donde se hallaba su alcoba.
Jacinto sabía lo que estaba ocurriendo y sobretodo, lo que se venía.
Dejó de lado para ese momento, las ideas que lo llevaban a cometer sus crímenes. Quiso abandonarse en los brazos de aquella madura mujer y probar una sola vez, las delicias del sexo con una especialista del asunto.
La cabeza le daba vueltas y no quería pensar en las razones que lo conducían a planificar sus crímenes. Sólo quería olvidar sus contradicciones humanas. Aceptó todo lo que llegara.
La cerveza no ayudó para que se diera cuenta de lo bien arreglada y amoblada de la habitación de la mujer.
Encendió la música y dejó prendida una lámpara muy cerca de la cama.
Jacinto no quiso pensar en nada más. Se entregó a la pasión desenfrenada y lujuriosa de aquella mujer, que lo amó en ese momento, como recordando un amor pasado, olvidado, perdido.


El reloj marcaba las 6 y 30 de la mañana.


Acostados aún, Jacinto, con menos embriaguez que hacía horas atrás, se percató el sollozo de la prostituta, y no pudo evitar saber la causa de tal actitud.
- ¿Qué sucede?, ¿por qué las lágrimas?
- No es nada. No creas que la vida de prostituta es algo de lo que hay que sentirse orgullosa. He pasado muchas cosas en la vida, y me ha pasado tanto que si te contara, los días no terminarían.
- Te entiendo. A veces uno hace cosas de las que después se arrepiente; pero lo hecho, hecho está. ¿No crees? – dijo el muchacho con cierta ironía.
- No es así siempre. Si se pudiera retroceder el tiempo y enmendar las faltas para no cometer los mismos errores y borrarlos, si fuese posible; yo lo haría.
- Pero... qué has hecho que sea tan terrible como querer olvidar, retroceder el tiempo y todo lo demás.
La mujer encendió un cigarrillo y miró al joven mientras le acariciaba el rostro. Un silencio entre los dos, obligaba a observar el humo del cigarrillo mientras serpenteaba al vacío.
- ¿Me invitas uno?
- Claro. Toma.
- Gracias. Me encanta el olor del tabaco; aunque sé que eso me matará si continúo fumando tanto.
- ¿Ya no estás borracho? – preguntó Doris.
- Jamás lo estuve, bueno alguito. Un duchazo de agua fría y estaré como nuevo.
- No, espera aún. Quiero compartir algo contigo; algo que quería olvidar, pero este trabajo me lo recuerda a diario. Algo muy grave.
- ¿Mataste a alguien?
- ¡No! – respondió la meretriz, con cierta excitación.
- Yo sí – sonrió.
- Jajaja. No bromees.
- ¿Por qué la burla?... Cuéntame, todavía estoy ebrio y creo que puedo escuchar.
- Jamás maté a alguien, al menos eso creo; pero hice algo peor que eso; algo de lo que ahora estoy muy arrepentida y me hace sufrir a diario.
- ¿Qué puede ser tan grave?
- Tú me recuerdas mucho a alguien que amé sólo una noche. Digo amé, porque fue el único cliente que me trató como una mujer y no como un objeto. El único que marcó mi vida y que después desapareció, tal como llegó.
Fue el único hombre que me dejó una marca para siempre.
Yo era muy joven y apareció él, con la elegancia y caballerosidad que sólo puedes hallar en un hombre irreal. Fue mi amante por dos horas. Me sentí tan bien con él que decidí no cobrarle la hora extra fuera del arreglo establecido. Hablamos de tanto y fue tan poco. No supe siquiera su nombre. Esa noche hice el amor, quise que fuera especial, pero sólo una vez.
No pasó mucho tiempo para darme cuenta que había quedado embarazada. Yo sabía que era de él, pues ese día no usé protección ni él tampoco. Tenía que ser especial. Pero, tuve mucho miedo. Estaba sola y tener ese hijo era terrible en esos momentos.
- Y, ¿qué pasó entonces? – se recostó sobre la cabecera de la cama con cierta incomodidad. – Dame otro cigarrillo. Continúa.
- Pasó que... abandoné a mi hijo apenas nació.
- Jacinto se sobresaltó y se sentó en la orilla de la cama.
- ¿Qué te sucede? – Preguntó Doris sorprendida - ¿te sientes mal?
- No es nada, sólo un pequeño mareo. Continúa.
- Bueno, eso es todo. Abandoné a mi hijo. Eso es de lo que me arrepiento.
- ¡Eres una desgraciada! – exclamó Jacinto con ira - ¡Maldita perra! ¿cómo pudiste hacer eso?
Doris se sorprendió y muy asustada por la reacción del joven, se puso de pie y sacó del cajón de su velador un revólver, para echarlo fuera de su habitación.
Totalmente encolerizado se vistió con los pantalones y mientras se colocaba la camisa, profería insultos contra la mujer, reprochándole el crimen cometido.
- Tú no eres nadie para juzgarme. Lárgate de mi habitación y de mi bar – mientras le apuntaba.
- ¿Yo?... Una maldita puta como tú me abandonó en un basural, cuando apenas había nacido. Yo sé lo que siente. ¿Quieres matarme? ¡Dispara!
- Me harías un gran favor y así te pudrirías en la cárcel, donde debes estar
- ¡¿Qué?! ¡Qué has dicho!
- Eso, que me mates. ¡Hazlo! – Se abalanzó contra la mujer, golpeándola con furia, mientras la mujer balbuceaba entre sollozos. - ¡No! Perdóname... No quise hacerlo... Perdóname... hijo.
- ¡Cállate puta! – cogió el revólver y la acribilló a balazos. Retrocedió, la miró, puso el revólver en su sien y jaló el gatillo. Se desplomó a los pies de la meretriz.


Jacinto había matado a su madre… Se había matado.